¡SILENCIO, POR FAVOR!

Últimamente me he percatado de que ya no me resulta tan fácil estar rodeada de muchas personas por un largo rato. No me considero antisocial, ni tampoco se trata de que no disfrute de la compañía grupal, pero me abruma un poco conforme pasa el tiempo. Lo sé, esto puede parecer un poco irónico tratándose de una actriz a la que le apasiona hacer teatro y para lo cual debe estar frente a un público (que puede ser desde una hasta miles de personas), pero son cosas muy distintas. Para ser más clara, no me refiero a ese tipo de situación en la que estoy frente al público, la cual disfruto y le da sentido a lo que hago. Más bien escribo esto refiriéndome a los momentos en que me encuentro en alguna actividad con muchas personas, interactuando, conversando, socializando, en fin, como quieran llamarle. Lo hago, sí, pero al cabo de una hora siento un gran deseo de irme a casa y estar en mi espacio, en silencio. Quizás lo que me hace sentir esto es el exceso de ruido a todo nivel (auditivo, visual) y la sensibilidad que tengo (para bien o para mal) para percibir la energía a mi alrededor, que no siempre resulta liviana si no más bien pesada, y esto hace que el impulso de irme sea aún más fuerte. A ver, seamos honestos, no es que no me guste compartir con mi familia, amigos y compañeros, ¡por supuesto que me gusta! Pero para continuar con la sinceridad, descubrí que la pandemia hizo estragos y me acostumbré demasiado a mi silencio y mi hogar. Para quienes no lo saben, hace varios años vivo sola y a inicios del año 2022 recibí a Paco, mi perro salchicha, en mi casa para acompañarme y compartir mi espacio con él. Antes de la pandemia ya disfrutaba bastante vivir sola y saber que al llegar a casa estaría haciendo mis cosas a mi ritmo, a mi tiempo y bajo mis propias reglas. Sin embargo, con la llegada del COVID y la cuarentena, esto se acrecentó, ya que al no poder salir de la casa más que para comprar en la pulpería o en el supermercado, empecé a disfrutar como nunca antes del silencio. Al no poder hacer teatro ni trabajar presencialmente, la mayoría del tiempo (aparte de atender reuniones virtuales, dar clases y transmitir el programa de radio por Zoom), pasaba en silencio. El único “ruido” que hacía era con el ukelele que me compré en esa misma época y los tutoriales que encontraba en YouTube para aprender a tocar y mantener mi mente ocupada. ¡Ah bueno! A esto debo sumarle los videos que veía en redes sociales, la música que escuchaba mientras limpiaba, las series que veía en Netflix, las video llamadas y todas las veces que lloré por la incertidumbre de lo que estaba pasando en ese momento. Sin embargo, durante la mayor parte del día pasaba en silencio, leyendo, llevando clases virtuales, meditando y continuando con mi reconstrucción interior, un proceso en el que venía trabajando desde mucho antes. Así que al terminar el periodo de cuarentena y cuando empezamos a retomar la normalidad, descubrí que el ruido me abrumaba y que ya había llegado a un punto tal de disfrute de mi propia compañía, que cuando estaba en actividades con grupos grandes empecé a sentir un impulso interno muy fuerte de regresar a mis silencios. No es que no vaya del todo a este tipo de eventos, pero no soy la última en irse, ¡todo lo contrario! Creo que antes jamás hubiera creído que disfrutaría tanto la soledad (que no es lo mismo que la desolación, como dice mi psicólogo), ni entendería la verdadera importancia del silencio. Tanto así que pasada la pandemia tuve una gran curiosidad por conocer acerca de la cultura sorda y aprender Lesco. Actualmente tengo 2 semanas de haber retomado las clases y esas 3 horas de lección semanal en silencio se me hacen maravillosas. Finalmente, todo esto no quiere decir que no me puedan invitar a cumpleaños, eventos, fiestas, bodas, baby showers y demás actividades que se les puedan ocurrir, porque iré gustosamente. Solo que al cabo de un rato me verán despedirme y regresar a mi hogar, porque mi Sofi interior estará pidiéndome “¡SILENCIO, POR FAVOR!”

-Sofi ♥️

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