La vulnerabilidad después del adiós

Hoy no sabía muy bien de qué iba a escribir. Decidí hacer lo que tenía agendado para el día y sentarme ya al final de la tarde, pensando que quizás con algo que sucediera hoy podría inspirarme para escribir algo bonito en el blog. Pasaron cosas lindas, principalmente el hecho de compartir con los adultos mayores que llegaban a la consulta externa y con el personal del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología, donde disfrutamos de una hora cantando, conversando y tomando fotos con nuestros personajes de “Los enredos de Juan Vainas”. Y fue precisamente allí donde un señor que se iba a tomar una foto con nosotros dijo esto en son de broma: “tómenla rápido porque tengo 90 años y en cualquier momento me muero.” Nos hizo gracia su manera de decirlo, pero más allá de eso, a mí me dejó pensando en cómo él acepta y afronta con naturalidad el hecho de saber que quizás pronto llegará a despedirse de este plano terrenal en el que nos cruzamos por unos segundos. Decir adiós. Esto me llevó a recordar a mi abuelita Carmen, quien falleció hace 5 años, y significó una de las despedidas más duras y dolorosas de mi vida hasta ahora. Decir adiós. Durante el almuerzo, una de las doctoras nos hizo preguntas acerca del teatro y la televisión, y por supuesto entre una cosa y otra que mencionamos en la conversación, hablamos de Yesenia Artavia, nuestra compañera de elenco de la cual nos despedimos a finales de enero de este año, y marcó un momento de tristeza y unión en el grupo a raíz de su inesperada partida de este mundo, pues nunca antes habíamos pasado por esto en nuestro elenco. Decir adiós. Este año, al igual que a Yes, he tenido que despedirme de otras personas que han fallecido, algunas más cercanas que otras. He visto a personas que quiero profundamente llorar desconsoladamente mientras se despiden de sus seres amados. Las despedidas han estado muy presentes este año y me atrevería a decir que esta palabra será una de las más presentes para mí en el 2023, como una enseñanza. Decir adiós. El fin de semana mis sobrinas se quedaron en mi casa y por la mañana me ayudaron a preparar el desayuno, yo las observaba pensando en lo rápido que pasa el tiempo y lo grandes que están: “ya no son unas bebés, ya son niñas”, pensé, y cada vez que las veo creciendo a pasos agigantados pienso lo mismo, es como ir diciendo adiós a sus etapas de niñez de manera veloz, cuando lo que yo desearía sería que el tiempo con ellas pasara en cámara lenta y no tener que despedirme tan rápido de cada momento a su lado. Decir adiós. Ayer sentía una melancolía y una nostalgia inmensas, provocadas por una serie de cosas todas relacionadas al “adiós”, cosa que siempre me sucede cuando voy a terminar una temporada teatral. Tuvimos la última función de la comedia “Una semana nada más” y no logré contener las lágrimas después del aplauso, hablando con el público. Aunque a menudo se estrenan y se terminan temporadas teatrales, no me deja de causar nostalgia decirle adiós a un personaje, el elenco, al equipo de trabajo en general, al camerino, a todo lo que conlleva formar parte de un montaje teatral o un proyecto televisivo, cinematográfico, etc. Decir adiós. Durante la pandemia tuve que entregar el local en el que tenía la academia del Centro de artes Sofía Chaverri porque no podía dar clases presenciales y todo lo que sucedió en esa época me llevó a tomar esa decisión, después de varios años de tener mi espacio para las clases. Lloré muchísimo y me dolió devolverlo por todo lo que significaba. Decir adiós. Sí, ya sé, soy muy sensible, soy sentimental, soy vulnerable. Y es eso precisamente lo que he estado pensando desde ayer. La vida está llena de despedidas, muchas son tan cotidianas que ni siquiera pensamos que esa podría ser la última vez que digamos “adiós”. Otras veces sucede que nos despedimos aún cuando no queremos hacerlo. ¿Les ha pasado? Como cuando una amistad se va sin aviso, o te da a entender sin palabras que ya no quiere ser tu amigo. O cuando estás en una relación que te hace feliz pero la otra persona, por el motivo que sea, necesita continuar su camino a solas y aunque haya amor y ganas, no bastan, y tenés que decir adiós. O cuando te sale una oportunidad laboral fuera del país que cumple con todas tus expectativas, sueños y anhelos, y por más que te duela dejar todo atrás y dejar lo conocido, sabés que lo que tenés que hacer es decir adiós. Muchas veces se romantizan y suavizan las despedidas con frases como “pero no será la última vez que nos veamos”, “no es un adiós, es un hasta pronto”, en fin. ¿Pero quién nos garantiza eso? Podemos querer con todas nuestras fuerzas que eso sea cierto, pero no tenemos esa certeza, porque precisamente la vida es tan cambiante que no sabemos si tendremos vida en unos minutos para volver a vernos. Vivimos con esa esperanza, por supuesto, pero la realidad es que no lo sabemos. He leído acerca del desapego, del arte de decir adiós, de aceptar los ciclos de la vida y los cambios que se dan para nuestra evolución. Pero eso no significa que me duela menos decir “adiós”. Lo acepto, sí, pero duele. Y entonces comprendo que aunque me gustan los momentos felices y “equilibrados”, es en los momentos de duelo y vulnerabilidad donde encuentro mi fuerza, y durante ese proceso se transforman en aprendizaje, crecimiento y madurez. No me gusta decir adiós, porque sé el dolor que me causa y la tristeza que me acompaña en momentos así, pero los acepto como maestros de vida. En cada despedida siempre pienso “esto está pasando para algo, algún propósito tiene. Gracias, gracias, gracias.” Y agradezco, porque aunque no siempre quiero decir adiós, en la situación que sea, algo bueno me deja cada una de esas etapas de la vida de las que me despido. Me despido de mí misma, de una antigua versión, para dar paso a una reconstrucción que me transforma a una nueva Sofi. Dejar “morir” una parte de mí para dar espacio a una más fuerte y sabia. Por eso, aún en medio de todo, agradezco la vulnerabilidad después de cada adiós, abrazando lo que se fue y viendo a mi nueva versión con ojos de amor.

– Sofi♥️

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